09/03/2014
Sea quien sea el designado para ocupar el cargo de seleccionador, el partido disputado contra Honduras tendría que aportar lecturas concluyentes. También la dirigencia, la única con el poder de decidir a quién le entregará las riendas de la Vinotinto, debería tomar nota. Hubo en ese choque de San Pedro Sula algunos mensajes claros. Si hay capacidad para decodificarlos, el futuro puede llegar a ser venturoso. Existen tantos nombres como ideas distintas en la lista de candidatos. Con algo de sentido común, el último amistoso podría ser un filtro.
Manuel Plasencia armó un prototipo ofensivo organizado alrededor de la pelota. Fue el balón el punto de partida para el análisis del rendimiento, independientemente de que los tiempos de trabajo apenas sumen méritos en el logro. A partir de esa apuesta por la tenencia se eligió el cuadro titular, se diseñó la convocatoria y se planteó la estrategia. Sin demagogia ni ruidos de salva. Atendiendo solo a las características de los jugadores y respetando lo que el ciclo anterior dejó como legado.
La idea, expresada en conceptos como elegir la salida desde el fondo por abajo, establecer sociedades en distintos sectores de la cancha, la búsqueda de superioridades numéricas en banda o la incorporación activa de los volantes centrales en los circuitos de elaboración, sirvió para entender aciertos y errores.
Sin los automatismos propios de un proceso consolidado, la selección mostró algunas fisuras defensivas, especialmente en el período más crítico que vivió: el primer cuarto del choque. Cuando se elige salir jugando hay riesgos que se asumen. Ante un rival que presionaba muy arriba e imponía un ritmo alto de circulación y movilidad, el engranaje para salir de la presión mostró grietas que derivaron en malas entregas y opciones concedidas. Pero una vez tomado el control, hubo capacidad para proponer y minimizar las virtudes de un conjunto que tiene un cupo asegurado en Brasil 2014.
Los cambios, que siempre desvirtúan estos compromisos, apuntaron a mantenerse sobre los rieles de la propuesta y demostraron, en todos los casos, que sobran intérpretes para ejecutar ese tipo de juego. Sin contar con nombres que actúan en el exterior quienes, en sintonía con estos parámetros, poseen la jerarquía que será determinante para poder competir con garantías.
Fuera de figuras ya consolidadas, hubo un elemento que destacó por su incidencia en el estilo de la selección. Edgar Jiménez tiene una presencia apabullante allá donde despliega sus capacidades. Su comparecencia en los planes del nuevo timonel dará pistas claras respecto de lo que se busca. Con él existe una transparente declaración de intenciones sobre al modelo a desplegar. Sin su presencia, queda también patente qué camino se buscará transitar.
Ya sea por la determinación de Plasencia, por el instinto de futbolistas que respondieron a lo que sus señas de identidad le imponen, o por ambas, la Vinotinto asomó indicios muy claros del fútbol con el que más se identifica la actual generación. No para entrar en oposición y abrir debates estériles respecto al pasado, sino para asumir que, con la consciencia de lo que se tiene, cabe encaminarse siguiendo señales tan nítidas.
El resultado siempre es el aspecto menos relevante en la lectura de encuentros no oficiales. Si Honduras buscaba reencontrarse y afinar detalles en su preparación para la Copa del Mundo, a Venezuela le interesaba salir de la inercia. Lo hizo sin dobles discursos, atendiendo a patrones desarrollados en los últimos dos procesos y dejando excelentes sensaciones. Plasencia fue el catalizador de esa salida a flote. Un valor que habrá que concederle durante el tiempo que ejerza como seleccionador.