04/02/2014
Un partido de Copa Libertadores para el espectador venezolano puede generar distintos tipos de frustraciones. La deportiva, por las diferencias competitivas que derivan en caídas dolorosas. Y aquella que nace del relato partidario de las transmisiones internacionales, desconocedoras del contexto que rodea al fútbol de este país y despreciativas en su forma. Esa puesta en escena, unidireccional y lisonjera en su relación con los factores predominantes, ha marcado a generaciones de aficionados y de nuevos periodistas en más de una década de monopolio televisivo.
La cadena FOX tiene los derechos exclusivos para la cobertura de la Libertadores y la Sudamericana. El acuerdo establecido con la Conmebol data ya de unos cuantos años sin que haya mediado para ello una licitación, ni apertura para el ingreso de otros factores. El vínculo condiciona porque ambos son socios del negocio y en ese intercambio juegan un papel esencial quienes trasladan el mensaje a través de los micrófonos. Hay una manera de construir el discurso que cuida los intereses comunes y que, con menos inocencia de lo que se presume, instituyó en el continente una línea editorial y estilística de efectos perniciosos.
Hay una “generación FOX” fácilmente identificable. La profusión del sistema de televisión por suscripción masificó el producto, convirtió los rostros de las cadenas deportivas en celebridades y condicionó a los comunicadores que crecieron arropados por ese influjo. La televisión es un amplificador implacable, para lo noble y para lo prosaico.
El modelo tiene algunas señas de identidad. La banalidad, el humor fácil, los comentarios interesados, el trato de usted que alude a la chanza y no al respeto o el contacto sibilino con los protagonistas. El efecto mimético alcanza, cómo no, a modismos y expresiones que se adoptan como propias, una especie de argot universal que arrasa con lo local y uniformiza la vulgaridad. La visión argentinocentrista prevalece, creando un desnivel que afecta desde la elección de los encuentros a difundir hasta la calidad de las producciones.
Para muchos las referencias están en ese espacio de difusión en el que se mezclan la popularidad con el buen hacer. No siempre una es consecuencia de la otra. ¿Cuántos no tienen como modelos a periodistas cuyo gran mérito es conseguir la camiseta de un equipo y mostrarla orondo en pantalla? Como si la supuesta amistad establecida con la fuente no implicara un conflicto ético.
El afán por alcanzar reconocimiento puede convertirse en una piel de zapa si los principios profesionales no están bien abonados. Claro que hay en los medios aludidos singularidades, ejemplos de buen periodismo y conocimiento, pero en todo caso son solo la excepción. Lo cierto es que, a contramano del pensamiento independiente y la singularidad cultural, asistimos a un fenómeno de neocolonialismo informativo del que apenas somos conscientes.
En la reciente derrota del Caracas frente a Lanús, hubo comentarios referidos al fútbol criollo, a su historia y realidad presente, que fueron casi tan lacerantes como los goles que recibió Alain Baroja. Con absoluta irresponsabilidad, uno de los encargados de transmitir el partido apeló a lugares comunes y referencias pasadas para hablar de lo que el fútbol representa para los venezolanos o de cómo las barras aprendían a alentar, seguramente influidas por “algún argentino” que las instruyó.
El camino fácil conduciría a una defensa que apele a factores nacionalistas, pero la realidad es mucho más contundente. Así como es cierto que la exposición televisiva internacional coadyuvó al crecimiento de la hinchada roja, también es de considerar que los éxitos de la Vinotinto alimentaron el fenómeno sociológico que hoy ubica al fútbol como segundo deporte nacional. Un asunto desconocido por el profesional en cuestión, ocupado por mirarse el ombligo, quien del mismo modo ignora que la influencia de las barras argentinas rebasan la simpleza de los cantos y llegan a engendrar violencia. Un flagelo que nos inunda y que en Argentina cobra un parte de víctimas mortales medido por cientos.
El nivel continental nos muestra en la cancha una realidad que coloca a Venezuela lejos de la trascendencia. Lo que llega en las transmisiones televisivas también nos aleja, goleados por un pensamiento uniforme que desprecia lo que no genera beneficios.