Lágrimas y fantasmas

Brasil vive horas de tensión. Sus jugadores son escrutados permanentes. Se debate sobre sus capacidades para el juego. Referentes de todos los tiempos discuten acerca de la idoneidad de unos y otros. Salvo Neymar, sobre quien existe consenso respecto a su condición de distinto, el resto es sometido a juicio sumario tras cada presentación del Scratch. Nada para asombrarse de no ser porque el Mundial se juega en un país marcado por la mayor tragedia deportiva ocurrida en el fútbol.

Las lágrimas de Thiago Silva en la definición por penales ante Chile no fueron solo un desahogo. Como tampoco representa exclusivamente una muestra de patriotismo el llanto de Neymar cuando todo un estadio entona el himno nacional. Las expresiones de fragilidad emocional estallan ante los ojos de millones de brasileños que siguen los partidos de su selección. A ellos también asombra tanta endeblez en sus ídolos, gente inalcanzable que el sentir popular eleva a condición supraterrenal. Pero lloran, y sufren, y rezan desesperados para que haya un milagro que los aleje de la maldición de convertirse en los Barbosa del siglo XXI.

thiago silva

El análisis no ha dejado de enfocarse en lo que pasa en la cancha. El equipo de Luiz Felipe Scolari no divierte ni se divierte. Sus virtudes están concentradas en el músculo de sus dos centrales, un mediocentro que es casi un tercer zaguero, el tanque arrasa bosques con nombre de superhéroe de cómics que habita en las bandas y un genio con alma de redentor que lleva el diez en la espalda.

La última Copa Confederaciones alimentó el optimismo. Brasil aplastó a España en la final con un equipo que se imponía en el ahogo a sus rivales, mordiendo para ganar los rebotes y marcar diferencias en el área con dosis de talento y empuje. En eso la gente jugó un papel fundamental: la torcida hacía su parte desde las gradas, elevando los decibelios para darle a los partidos el contexto de tensión idóneo. Pero no era el Mundial, ni estaban presentes los fantasmas del Maracanazo.

Scolari trabaja con una psicólogo a tiempo completo. Desde antes de comenzar el torneo, parte de su labor se enfocó en tratar el asunto de lo ocurrido hace 62 años. Muchos se mofaron con el asunto, como si tantas décadas de éxitos y cinco títulos universales no hubiesen valido ya para exorcisar aquella fatalidad.

Allí están intactas las leyendas transmitidas de generación en generación. La derrota contra Uruguay en 1950 pasó a ser algo más que una caída lacerante. El tiempo la hizo derivar en asunto de cultura popular, en la alegoría del éxito esfumado a las puertas de la gloria, el sueño que se derrumba en medio del jolgorio. Cuando un brasileño pierde un trabajo con el que ya contaba. Cuando después de tomárselo todo en la celebración por ganar el premio de la lotería extravía el billete ganador. Cuando a puertas de tocar la fortuna segura aparece el drama que lo arranca todo de cuajo, piensa en el Maracaná.

El desafío que viene volverá a poner a Brasil delante de su mayor rival. La camiseta será lo de menos. Colombia estará del otro lado como parte de una historia en la que tiene que haber dos. Sí, dos, aunque solo sea nominalmente. Enfrente, el pentacampeón tendrá que medirse con sus propias sombras. Solo el triunfo prorrogará el sufrimiento y la pelota será el conducto que aplaque las voces que anuncian el fracaso. Y así será hasta el 13 de julio. Si llega.

Publicado el Letrasdeporte http://goo.gl/hlCpbh

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