La decadencia de la maravilla

19/04/2014

Internacional

El ciclo del Barcelona que revolucionó el juego en un lustro no acabó con la derrota ante el Real Madrid por la Copa del Rey. Tampoco con la eliminación en la Liga de Campeones a expensas del Atlético. La decadencia ha sido gradual, tan armoniosa en sus tiempos como el propio fútbol coral que uno de los mejores equipos de la historia exhibió en su período más glorioso. Sistemáticamente fueron archivándose sus señas de identidad, los detalles distintivos, la forma de relacionarse con la pelota y el espacio, los esfuerzos.

Su directiva colaboró en ello. También los jugadores. Los unos, porque sus decisiones coadyuvaron al declive del ideario potenciado por Pep Guardiola; los otros, porque ante la caída estilística y la capitulación en el compromiso, se entregaron a la complacencia. No porque corrieran menos: el derroche físico no fue nunca un factor en la crítica. Se trataba de cómo correr, para qué y en dónde.

La relación balón-espacio derivó en un ejercicio de desnaturalización. Fue modificando su manera de atacar y, como consecuencia, trastocó sus conceptos defensivos. Dejó de juntar el bloque y organizarse alrededor de la pelota. Alteró las bases del juego de posición con el que estableció su hegemonía. Renunció al movimiento para generar franjas libres y favorecer las ventajas en la recepción. Y, producto de todos estos factores, perdió aquella velocidad de circulación con la que llevaba a los rivales al paroxismo y el desorden.

Con la coartada inicial de conseguir variantes que enriquecieran lo visto, en los albores del proceso de Tito Vilanova, se entregó a la práctica del juego directo y las transiciones. Poco a poco desdibujó la obra, pero los resultados, y el aporte siempre determinante de Leo Messi, alejó a los protagonistas de la autocrítica.

Del equipo construido para potenciar a Messi hasta hacerlo llegar a estadísticas históricas, el Barcelona pasó a depender del desequilibrio individual del argentino, entregándose a su talento como quien compra una piel de zapa. Mientras, el funcionamiento iba deteriorándose hasta causar el naufragio del crack y de todo el colectivo azulgrana.

Gerardo Martino fue una víctima de la fagocitosis culé de la que formaron parte, con un alto grado de responsabilidad, sus dirigentes. La nueva directiva inició su ejercicio desde el desprecio soterrado a sus predecesores y las medidas tomadas para sostener el legado incidieron en la caída. No hubo olfato para detectar los síntomas del declive, ni una buena gestión de las contrariedades surgidas tras la enfermedad de Vilanova.

Con quien fuera colaborador de Guardiola, el Barsa pretendía mantener una línea de continuidad en las formas y en el fondo, pero el club entró en un limbo, en una acefalia de conducción, que lo llevó a perder sus rasgos distintivos. El equipo de este último año fue competitivo desde el peso de sus individualidades, muchos todavía en plenitud, más que desde la imposición de una manera de hacer que superase a sus oponentes.

Los cortocircuitos institucionales fueron parte del paisaje, pero no la causa nuclear que explicara lo que en la cancha fue evidente en los dos últimos años. El ciclo alargó sus éxitos por encima de cualquier previsión, desafiando a la lógica y a la propia historia. Es normal que se haya agotado, aunque pudo tener un final algo más digno con su propia grandeza.

La solución no pasará por una razzia sino por la reconstrucción a partir de lo mucho que queda. Habrá que pensar que aquello que nos maravilló es irrepetible, pero las cenizas que quedan alentarán un nuevo fuego. Sin comenzar de cero. Nadie que cuente con Messi, Iniesta, Busquets o Xavi arranca un nuevo proyecto de la nada.