Frank De Boer en la fogata

Por Luis Revilla.

Probablemente la sofisticada escuela holandesa sea la más influyente del fútbol contemporáneo. Como otros destinos emblemáticos del beautiful game, Holanda engendró una manera de jugar que parece un producto orgánico de su propia cultura. Pero esta reconocible y exhaustiva forma de acometer un deporte que ofrece tanta libertad, no brotó de sus calles y potreros. El balompié no se aferró a esta densa tierra como los rieles de un tren, ni alcanzó el mismo estatus religioso que en otras latitudes.

Lo mecánico de la naranja nunca ha sido una expresión espontánea, sino el producto de décadas de reflexión. Es algo muy holandés, lo de pensar y planificar las cosas: lo tuvieron que hacer hace milenios para no ahogarse y lo hicieron con el fútbol entre los sesenta y los noventa. Michels, Cruyff et al se sentaron a resolver el juego con tal obstinación que alcanzaron una visión muy clara de lo que conviene intentar para ganar un partido. No escatimaron precisión para replantear y transmitir la idea: tras su mentada filosofía se escondía un proceso concreto que el innovador Ajax de Amsterdam se empecinó por desarrollar, para lo cual adaptó toda su estructura con el paso de los años. De ahí viene la noción moderna y unificada de empresa, club, academia y equipo de fútbol. El juego como institución, como visión de toda una organización.

Mientras Johan Cruyff sembraba el modelo en Barcelona –y en la mente de un tal Josep Guardiola– Louis Van Gaal llevaba su obra en la capital holandesa hasta extremos algorítmicos. Aquel se cuenta entre los equipos más influyentes de la historia, algo que visto en perspectiva es fácil de entender: sentó las bases de una revolución que no ha terminado, como Twin Peaks o Los Soprano.

El proyecto alcanzó su cenit en 1995, año en que los holandeses ganaron la liga local y la Champions League sin perder ningún partido. Ese mismo diciembre entró en vigor la Ley Bosman. En mayo del año siguiente quedaron a una tanda de penales de lograr el back-to-back, pero no han vuelto a pisar otra final –ni semifinal– desde entonces. El Ajax puede formar jugadores capaces de ganar la Champions, pero no ingresa dinero suficiente para retenerlos. Sin caminos seguros de regreso a la relevancia, en Amsterdam apuestan por la vía que conocen mejor, por el proceso que han cultivado durante años. El club, después de todo, está en manos de gente que lo entiende a la perfección, ex futbolistas que lo ejecutaron al máximo nivel.

Frank De Boer sabe que no se tiene a sí mismo en el campo, pero entiende cómo funciona una buena salida de balón, cómo un central debe atraer y superar, al menos, al primer peón rival. No tiene a Marc Overmars en la banda, pero conoce la influencia de un buen par de extremos sobre la defensa rival; qué tipo de distracción suponen, cuáles espacios suscitan. Tampoco tiene a Patrick Kluivert y su juego de espaldas, ni a los hombres que recolectaban sus sutiles dejadas entre líneas en el Ajax de Van Gaal; gente como Jari Litmanen, su hermano Ronald De Boer, Clarence Seedorf o Edgar Davids. Pero su imberbe equipo comprende el mecanismo y, más que eso, ostenta ideas autóctonas que han colonizado el fútbol mundial, al nivel de la gambeta argentina o la magia brasileña. El Ajax de Frank De Boer es pura tradición.

Ajax is Voetbal from Football Hunting on Vimeo.

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