Ese amarillo cegador

Luis Revilla.-

Se acerca el momento. Será breve, pero por un segundo lo olvidaremos todo. El Maracanazo y las demás razones que nos tienen aquí. El dinero derrochado, la presión, el descontento. La magnitud de la oportunidad y el peso del compromiso. Olvidaremos a Neymar, que es muy bueno pero será mejor; a Scolari, escultor de una roca aburrida, abucheada, ganadora. También a Messi, que viene el domingo. Rakitic, Kovacic, la sanción de Mandzukic. Por un instante, todo eso importará menos.

Un amarillo cegador bajará de las tribunas del Arena de Sao Paulo y nos encandilará la memoria. Minutos u horas después, cuando el shock pase, la Copa del Mundo Brasil 2014 ya habrá empezado. Tendremos un mes, antes de que se vaya, para acostumbrarnos a su llegada. Un mes para reconocer a Luka Modric con el pelo corto, o para entender esa fluorescencia del uniforme brasileño, como la de Mario Bros cuando se come las estrellas. Un mes para comprender esa manera desaforada de competir, de arrollar lo que se interponga entre Brasil y el Hexa. 

Tendremos un mes para acostumbrarnos a ese amarillo cegador que quiere brillar hasta la final, el 13 de julio en la mismísima tumba de Moacir Barbosa, y amenaza con acompañarnos para siempre en nuestras memorias.