El partido y la historia

Luis Revilla.-

Hoy, que ha pasado poco tiempo, vale la pena hablar del partido porque después se lo tragará la historia, que es más importante pero menos rigurosa.

Esta generación de jugadores alemanes está acostumbrada a meter goles como el 1-0 que ayer abrió la goleada más dramática que se pueda recordar desde que el fútbol existe, obra de Thomas Müller a los 10 minutos.

En la superficie luce como ese típico gol tempranero , a balón parado,  que desbloquea partidos complicados y encamina victorias ante rivales prestigiosos que luego se juegan la vida en busca del empate. Son goles como el cabezazo de Mats Hummels contra Francia (1-0), tras un tiro libre a los 12 minutos, o el penalti de Müller contra Portugal (4-0) al 13′, precedentes en este mismo Mundial. También como el que, en Sudáfrica 2010, Miroslav Klose le marcó a Inglaterra (4-1) al minuto 20, tras un saque de meta; o el que Müller — siempre Müller — le metió a Argentina (4-0) en ese mismo torneo, un cabezazo a balón parado con solo 3 minutos en el reloj.

El tanto inaugural anotado por el inclemente delantero del Bayern ha sido señalado como el punto de inflexión entre un partido disputado y una paliza histórica. El mismo Luiz Felipe Scolari dijo en la rueda de prensa posterior que su equipo se desorganizó y entró en pánico con la desventaja inicial, un relato dentro de todo conveniente: íbamos bien, pero un gol a balón parado nos desajustó. 

Se ha acordado, pues, una cuota accidental sobre la catástrofe del Mineirao, achacada sobre todo a la inestabilidad emocional que Brasil mostró en todo el torneo y, en teoría, le paralizó ayer a la hora de jugar con el marcador en contra.

Esta visión, sin embargo, ignora dos detalles cruciales: Alemania ya era superior antes del 1-0 y el partido no cambió demasiado hasta el 2-0.

En realidad el equipo de Löw tardó 3 minutos en imponer condiciones. “Teníamos un plan de juego claro y persistente” dijo el alemán tras el partido. Se refería, entre otras cosas, al trabajo que diseñó contra la deficiente salida de balón brasileña: Klose contra los centrales, Özil contra Maicon, Müller contra Marcelo, Khedira contra Luiz Gustavo y Kroos contra Fernandinho. El objetivo era forzar la pérdida y atacar el espacio, la gran especialidad de esta generación de jugadores. Fue un planteamiento coherente que, sin embargo, significó todo un viraje estratégico respecto a lo mostrado por Alemania entre la fase de grupos y los cuartos de final.

La línea defensiva, por su parte, tenía la misión de lidiar con los envíos directos a Fred o los pelotazos cruzados a las espaldas de los laterales. Así lo intentó Brasil nada más empezar, pero Neuer, Boateng y Hummels controlaron esos embates. Resulta llamativo que los de Scolari no insistieran con dicho recurso ante una defensa tan adelantada. Hasta en esto pesó la inconmensurable ausencia de Thiago Silva, especialista en el golpeo a larga distancia. De cualquier manera, el anfitrión insistió con la vía terrestre en los compases siguientes y Joachim Löw se empezó a frotar las manos.

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Se pueden contar tres transiciones ofensivas de considerable peligro entre el minuto 7 y el 10 para die mannschaft. Sami Khedira lanzó y terminó la primera con un remate que estuvo a punto de convertirse en el 1-0. Fue una demostración de omnipresencia que define su partido: el mejor de su vida, jugado en un estado de completa y frenética inspiración. Toni Kroos, el hombre del encuentro según FIFA, lanzó la segunda. La doble K alemana es una pareja absolutamente armoniosa. El ex Stuttgart desata el ataque por la derecha y el ex Bayern lo templa por la izquierda. Ambos resumen muy bien las virtudes de esta generación de gestos precisos y oportunos, que no brilla tanto a la hora de desordenar al rival — lo más difícil que tiene el fútbol — pero es mortal para castigar su desorden. Cuando tira de este registro, Alemania juega con un sentido común devastador que se extiende hasta el área rival. De ahí que se procure oportunidades de gol tan diáfanas: el equipo se toma su tiempo para jugar bien, lo suficientemente rápido. La tercera transición, también lanzada por Sami Khedira, derivó en el tiro de esquina que Müller envió al fondo de la red de Julio César.

Si alguno de los dos equipos se transformó con el 1-0 fue Alemania, que subió su nivel de alerta. Es lo mejor que puede decirse de la presentación de los tricampeones mundiales en Belo Horizonte. Brasil intentaba lo mismo, se exponía igual a la pérdida, pero Khedira y Kroos aumentaron la presión sobre Luis Gustavo y Fernandinho. Sabían que el segundo gol estaba tan cerca como estuvo el primero, o más.

Y llegó. Khedira habilitó a Müller por la derecha en la enésima buena transición y el delantero ganó un saque de banda en ataque. De inmediato se sucedieron el error de Fernandinho, la paciencia de Kroos en la frontal, la diagonal y genial dejada de Müller para Klose, el remate, el rebote, el 2-0 y la victoria para Alemania.

Entonces sí que entró en juego la historia. Brasil organizó el Mundial casi con la exclusiva misión de vengar la derrota de 1950. Sus jugadores, su entrenador, nunca evadieron la responsabilidad. Al contrario: centraron su propuesta futbolística sobre esa tarea ancestral. La causa era tan grande, tan justa que el solo tenerla presente dotaba a la verde-amarela de la intensidad necesaria para competir. Todo por dar uma alegria para o povo.

Sin mayor estructura ofensiva, Scolari apostó siempre a la conjugación del talento de sus jugadores — Neymar, Marcelo, Thiago Silva y David Luiz especialmente — con ese extasiado nivel de activación mental. La estructura, pues, era emocional. Y entre el cuerpo técnico y la Federación brasileña trataron de potenciarla en mil maneras, desde el himno a cappella hasta las máscaras de Neymar.

En Brasil 2014 no falló la determinación de los brasileños, sino su propuesta basada en ella, propensa a las dudas y por lo tanto al miedo — a perder, a no cumplir la titánica responsabilidad asumida — como se demostró ante Chile.

Contra Alemania, en cambio, no hubo demasiado tiempo para dudar. Cuando Klose batió a Julio César, Ronaldo se quedó sin récord y el equipo se quedó sin propósito, sin misión, en fin, sin estructura emocional. Lágrimas empezaron a llover desde las tribunas del Mineirao y Brasil asumió la derrota de inmediato. Sobre el campo quedó un equipo en shock, desahuciado como quien sale del casino tras perder un doble o nada histórico.

Corría solo el minuto 22 y Brasil ya no quería jugar. Pero Alemania sí y, en el proceso, cambió la historia del fútbol. O quizá solo la reescribió: ¿Cuántas décadas pasarán antes de que Brasil vuelva a organizar un Mundial? ¿Cuántas Copas ganará hasta entonces?

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