06/06/2014
16 de julio de 1950. La fecha marcada en los calendarios de todo un pueblo. El drama transmitido de generación en generación. La deuda nunca pagada, imposible de renegociar aun con cinco coronas universales ganadas después de la tragedia. En el estadio más grande del mundo, ante una multitud de voces y almas que clamaban por la gloria, llegó la derrota más cruel. Luiz Mendes lo narró para Radio Globo con estupor. La leyenda habla de un gran silencio, de suicidios, de una catástrofe nacional que hundió a una grey de jugadores. Desde el goleador Ademir al magnífico Zizinho. Y, más que a nadie, al arquero Barbosa, condenado a la inmerecida culpa de una derrota que lo marcó hasta el fin de sus días.
La misma efeméride fue una impronta también para un país vecino, Uruguay, el vencedor de la epopeya más significativa de las Copas del Mundo. El Maracanazo fue la gesta que encumbró a Alcides Ghiggia, autor del gol de la victoria sobre Brasil y único sobreviviente del episodio que para los orientales tiene el valor de una fecha patria. Allí creció el mito de Obdulio Varela, el Negro Jefe que transmitía la esencia de eso que llaman garra charrúa. Pasarán los años y no habrá forma de diluir la hazaña. Carlos Solé transmitió el momento para Radio Sarandí y, como en el gol de Maradona a los ingleses en la voz de Víctor Hugo Morales, el relato forma parte de la épica, como un guión escrito para acompañar la historia.
Muchos documentales fueron producidos en 62 años. La bibliografía sobre el tema podría llenar bibliotecas. Antes de cada Mundial, el momento revive. Las imágenes borrosas y grisáceas vuelven para hacernos recordar el milagro y allí aparece Ghiggia rematando al palo izquierdo de Barbosa, las lágrimas de Pepe Schiaffino, la Copa Jules Rimet entregada al capitán Obdulio fuera de protocolo, sobre el mismo césped de un Maracaná que suspendió todos los fastos previstos.
Toni Padilla, periodista e historiador español, acaba de publicar “Brasil 50. Relatos del Mundial del Maracanazo”, un texto que recorre, a partir de cuarenta semblanzas a personajes vinculados con aquel Mundial de post guerra, las vidas de quienes fueron actores significativos del torneo sin llevarse a la posteridad el título de héroes o villanos. El camino es una delicia que permite descubrir nombres escondidos por el tiempo en la trastienda de la memoria.
Allí están contados momentos y protagonistas que permiten al lector un salto temporal en volandas de una prosa ágil y cuidada. Los detalles de la construcción del Maracaná, promovida por Mendes de Morais, prefecto del Distrito General de Río de Janeiro, militar que proclamó campeones del mundo por los altavoces del estadio a sus paisanos minutos antes de enfrentar a Uruguay. Las anécdotas de Antonio Ramallets, portero de la selección española que logró clasificarse entre los cuatro primeros, un hito que no repetiría más hasta Sudáfrica 2010. El martirio de los italianos que viajaron en barco por el temor que había generado en sus futbolistas la tragedia de Superga, en la que falleció todo el plantel del Torino, base de la Azzurra de aquel entonces.
Pasearse por la vida de Charlie Colombo, el defensor hijo de inmigrantes italianos que integró el plantel de Estados Unidos, vencedor de Inglaterra, reconstruye épocas en las que muchos de los jugadores compaginaban su actividad deportiva con otras ocupaciones. Aquel equipo, que tuvo su propio Maracanazo, se presentó en Brasil con camisetas sin botones –toda una novedad para el momento– y tuvo entre sus titulares a un haitiano de nombre Joe Gaetjens, autor del gol del triunfo sobre los ingleses en Belo Horizonte.
Cada capítulo reivindica un lugar para figuras sin narrativa. Tipos como George Robledo, delantero chileno criado en Inglaterra donde fue goleador del Newcastle, que jugó ese Mundial para su país de origen sin apenas hablar castellano. O como George Raynor, entrenador británico que condujo a Suecia al tercer puesto tras haber logrado el oro olímpico dos años antes. De aquella selección apenas se conservan recuerdos, pero causó conmoción con jugadores amateurs que bebían antes de los partidos y celebraban ruidosamente en las concentraciones.
A pocos días del inicio de Brasil 2014, cuando la Copa del Mundo ha derivado en espectáculo universal y fuente de ingresos ingentes en tiempos de súper profesionalización, conviene andar sobre los pasos de los pioneros para no olvidar lo que el fútbol representa. Mientras Luiz Felipe Scolari emplea métodos motivacionales para alejar a sus dirigidos de los rumores del Maracanazo, el eco de otras voces resuena reclamando un espacio en el imaginario colectivo.