El laberinto de Van Gaal

Luis Revilla.-

fmoderno

Casi todos los equipos profesionales de fútbol que existen se organizan de forma piramidal sobre el campo, con más ladrillos abajo que arriba. Tras décadas de evolución, el juego dice que hacen falta más hombres para defender el área que para atacarla. Es una ley impuesta por las virtudes técnicas y físicas de los mejores atacantes: no es seguro defender en igualdad numérica. Por eso en el fútbol moderno los defensas centrales no tienen una marca asignada per cápita, sino media. El delantero centro tiene dos. Los otros siete jugadores de campo, una. La superioridad numérica en defensa es una de las premisas tácticas más influyentes del fútbol, no solo por sus efectos a nivel defensivo sino por su enorme valor en el juego con balón.

Un reducto del campo donde, por defecto, haya más compañeros de equipo que rivales. Ventaja numérica gratis, aunque sea a 50 metros del área contraria. La idea es poderosa, y determina el comportamiento de incontables equipos en la actualidad, sobre todo los que implican directamente a su línea defensiva en la circulación y salida de balón. El objetivo de muchos entrenadores es trasladar dicha ventaja al terreno contrario; transmitirla, traducirla sistemáticamente en peligro de gol.

Pep Guardiola es una de las referencias mundiales en el asunto. Sus equipos amaestran el arte de viajar juntos con el balón, atraer peones, liberar hombres y abrir caminos hacia el área rival.

El proceso es mecánico, pero no automático. El comportamiento de la defensa contraria determina en buena medida qué paso dar cada vez. No es lo mismo atravesar un bloque compacto que lidiar con una presión sobre el balón. Una buena salida tiene que ser refractaria y flexible, no para completar rondos en vano, sino para encontrar espacios tras las líneas del rival que presiona.

Louis van Gaal publicó una tesis doctoral al respecto el viernes 13 de junio de 2014, cuando su joven y desenfadada selección zarandeó a España, la campeona de todo. El nuevo DT del Manchester United dispuso una alineación con tres defensas centrales, dos carrileros y tres mediocampistas. Paradójicamente, su poblada primera línea obedecía a tantos motivos ofensivos como defensivos.

Holanda pretendía instaurar un fiable y robusto circuito de pases en el primer tercio de la cancha, con el fin de atraer a la vehemente España, moverla a lo ancho y largo, descomponerla para Robben y alejarla de Casillas para Van Persie. El plan no funcionó durante la primera media porque los paisanos de Cruyff entraron al partido visiblemente nerviosos: perdieron balones en la salida y, en su afán por presionar toda recepción española delante del balón, regalaron espacios entre líneas y a espaldas de la defensa. España lo aprovechó para ponerse 1-0, aunque pudo ser 2-0.

Con el marcador en contra, sin embargo, Holanda ganó aplomo. Desde la banda izquierda, Daley Blind levantó las paredes del laberinto diseñado por Van Gaal para atrapar a Iniesta, Costa, Xavi y Silva, que caían en la trampa de ir una y otra vez a buscar un robo de balón imposible, y dejaban vendidos a Xabi y Busquets. La emboscada de la naranja se consumaba a través de dos vías: balonazo al espacio detrás de Ramos y Piqué, o pase filtrado al medio para aprovechar el espacio delante de ellos. Para lo primero, Van Persie. Para lo demás, para todo lo demás, Robben.

Louis van Gaal labró una victoria táctica incontestable, una nueva demostración de su reconocida sensibilidad para el fútbol, pero también un ejercicio de consciencia plena sobre las siderales virtudes de Robin Van Persie y Arjen Robben: no era mucho lo que necesitaba darles. Se los dio, una y otra vez, y ellos no fallaron ante la ocasión de plasmar imágenes que les definirán para siempre.