Cuando Messi no está solo

Luis Revilla.-

Para Lionel Messi, el FC Barcelona y la selección Argentina representan dos experiencias profundamente diferentes. Hay un mundo entre ambos contextos sociales, emocionales. Son escudos, entrenadores y compañeros de equipo (de Neymar a Rojo) distintos. Sin embargo, con ambas camisetas el rosarino enfrenta la misma clase de obstáculo frecuentemente: dos líneas comprimidas de defensas, plantadas entre su equipo y el portero contrario. La culpa es suya. El astro solo necesita una baldosa para inventar goles, y en el tercio final del campo hay una piscina olímpica y media. Por eso, cuando Messi y diez más están al frente, los rivales despliegan su fase defensiva en bloque, sobre el borde del área – aunque algunos han aprendido a defender más arriba en diversas situaciones. Lo que no es culpa de Leo es que sus dos equipos sean incapaces de darle la baldosa que necesita de forma consecuente.

En el FC Barcelona hace tiempo que los mecanismos para lograrlo se desgastaron con sus autores e intérpretes, o simplemente se volvieron previsibles. Hubo una época de milagros que quizá no volverán con la frecuencia de antes – y probablemente su equipo se mal acostumbró a ellos-, pero es incuestionable que el crack aún ejerce una influencia tiránica sobre el juego. Es una ley más. Los espacios para Messi son los más caros que el fútbol ha conocido: valen goles. Al Barça le cuesta conseguir tales espacios cuando no se los conceden, y en el camino regala oportunidades ofensivas a los rivales, trances que erosionan el proceso por completo y, en definitiva, hacen que la derrota sea más probable.

Alejandro Sabella, DT de la selección Argentina, lo sabe muy bien: permitir goles es lo único indispensable para perder un partido. Por eso, y porque tiene a los mejores delanteros del mundo, le preocupa más la defensa que el ataque. Le preocupan más sus defensas, el nivel que tienen, lo que son capaces de hacer y lo que no. Las soluciones ofensivas de Pachorra son obras de ingeniería inversa. Sin recursos para fabricar espacios lejos de Chiquito Romero, ha aceptado con entusiasmo la obligación de provocarlos defendiendo cerca de él. Argentina se rompe virtualmente en dos partes: una, anfitriona del área, suscita espacios para la otra, encargada de explotarlos.

Messi agradece las transiciones, e incluso las ha defendido en Barcelona. Cuando hay espacio el fútbol se vuelve obvio para el múltiple Balón de Oro. Además, su química a campo abierto con Di María, Higuaín y Agüero está más que constatada.

Lo que ocurre es que, de vez en cuando, ante determinadas circunstancias, Alejandro Sabella tira de un planteamiento defensivo que hiere de muerte el ataque de su selección. Es el 5-3-2 que ayer alineó durante el primer tiempo contra Bosnia, en el siempre difícil debut mundialista.

Un autogol al comienzo, un espectáculo en las tribunas y pocas cosas más ocurrieron en ese primer acto. Mérito y demérito de la albiceleste, sólida en su tupida defensa e inoperante en su mutilado mediocampo, que dejaba a Messi en insalvable inferioridad numérica.

inferioridad

Ganaban los bicampeones mundiales, pero cuando el diez no lo pasa bien, todo está mal. Sabella corrigió en el segundo tiempo y le dio lo único que pide: opciones de pase. Una adelante – Higuaín – y una atrás – Gago. Del 5-3-2 del entrenador, al 4-3-1-2 del capitán. Las diferencias resultaron notorias. Con más compañeros en la cancha se activó el poder magnético de Messi, esa fuerza natural que desmorona bloques. Más aún en el fútbol de selecciones, donde las estructuras son menos sólidas y las distracciones son más probables.

Messi no tardó en demostrarlo. En esta secuencia, por ejemplo, la pulga y Di María se juntan, Bosnia se reparte mal las marcas y Gago queda libre. Messi acompaña la conducción y recibe entre líneas. Eureka.

Fernando Gago está lejos de la élite, pero ostenta virtudes que Messi aprovecha vorazmente. Aquí el ex Real Madrid exhibe buenos reflejos para encontrar a Messi en transición, con su pase vertical:

Es difícil mantener la calma cerca de Messi. Su mera presencia inspira iniciativas nerviosas que el genio sabe castigar. Atrae, suelta, desordena, recibe, conduce, bate línea:

El clímax llegó sobre la hora de partido. Higuaín, Messi y Zabaleta arrastraron a la defensa bosnia hacia la banda. Con su genial doble apoyo y devolución, el Pipita abrió el camino para la clásica y mortal diagonal del zurdo:

La albiceleste es un equipo de fútbol americano: Sabella es el coordinador defensivo y Messi el ofensivo. Uno quiere seguridad, pero el otro exige compañía para obrar el milagro. Compañía sobre el campo, porque ya la tiene en las tribunas: Argentina jugaría, mínimo, seis partidos de local en este Mundial. Casi nada.

– @LuisRevilla.

 

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