Brasil en la Escuelari

Luis Revilla.-

El fútbol no es como el baloncesto, que tiene reloj de posesión y tiempo límite para cruzar la media cancha. En un momento dado, si un equipo no quiere precipitar el ataque para cuidar la pelota y el otro no quiere perseguirla para proteger su arco, el juego puede detenerse y atravesar una breve fase en la que ni se ataca ni se defiende; no se dan pasos ni pases. No pasa nada.

Sucede por naturaleza. Solo un segundo basta para decidir un partido, que en tiempo efectivo dura más de tres mil. Además, el campo mide 110 por 75 metros, una pradera considerable aún para 22 hombres. El fútbol, ya se sabe, es una cuestión de tiempo y espacio pero también de ritmo, de cuánto movimiento se genera y cómo se distribuye a lo largo de 90 minutos.

Y así como el juego tiene sus momentos estáticos, también puede caer en la dinámica más frenética, en períodos de cuantiosa actividad ejecutada con rapidez. Todo depende de los equipos, del ritmo que pretendan y sean capaces de imponer. Algunos se toman todo con calma pero otros prefieren agitar el asunto, como la selección brasileña de Luiz Felipe Scolari.

Entre tantas dudas y sufrimiento, se pasó por alto la temible puesta en escena de Brasil en octavos de final. Ninguna selección en el planeta es capaz de imprimir tanta entropía en un partido de fútbol como la verde-amarela del minuto 1 al 45, mientras tiene energía. Es el trance de un monstruo que sacude la mesa de futbolín sin miedo a que la pelota entre en el lado incorrecto, porque tiene a David Luiz y Thiago Silva, tiranos en el caos. Son ellos quienes decantan el desorden a favor de los locales: dominan condiciones defensivas extremas, suscitan jugosas transiciones y someten el área rival a balón parado. Chile lo sufrió y Colombia se preparó para evitarlo, pero es imposible.

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José Pékerman armó un 4-4-1-1 con Ibarbo en la Izquierda, Teo en punta y James libre. Fue un planteamiento propio de esta versátil selección, que sin la pausa de Radamel Falcao o la conducción de Macnelly Torres ha abandonado su histórica tradición de saborear el juego antes de buscar el gesto decisivo. Como en el resto del Mundial, Colombia se entregó a la resistencia de Yepes y Ospina, y a la imaginación de Cuadrado y James. No sirvió de mucho: Thiago Silva metió el 1-0 a los cinco minutos y despejó la bicoca de 14 balones después. David Luiz, expedito en la anticipación y autor del 2-0, enterró informalmente el sueño colombiano.

Por suerte James Rodríguez seguía sobre el césped. El 10 no lo paró de intentar y le regaló a su selección la despedida que se merecía. El mejor Mundial en la historia de Colombia terminó con la promesa de conquistas mayores.

El pentacampeón mundial, por su parte, tratará de vengar el Maracanazo sin Neymar sobre el campo. Malas noticias para un equipo que debe, entre otros asuntos pendientes, sacar mejor rédito ofensivo de sus estremecedores arranques. Sin embargo, la baja de Thiago Silva para la semifinal contra Alemania luce mucho más inquietante. Sin el capitán no hay tormenta segura.

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