13/06/2014
Luis Revilla.-
El fútbol de selecciones, especialmente en los mundiales, expone un pulso de influencias muy curioso: la anarquía táctica contra el talento de los jugadores. Los equipos nacionales no son construcciones exhaustivas. La táctica, ese soporte que simplifica el contexto de los futbolistas y, por lo tanto, su toma de decisiones, es menos robusta. Esta es una versión deshuesada del juego, donde se abren caminos silvestres hacia el gol, rutas inexistentes en el fútbol sin himnos nacionales.
En medio del caos, sin embargo, siempre emerge el talento; es decir, lo que los jugadores son capaces de hacer a pesar de las circunstancias. La dinámica suscita heroicidades por minuto. Slaloms, embestidas, barridas y disparos imposibles. Lo hemos visto recurrentemente en mundiales y torneos continentales, y lo volvimos a ver ayer, en el partido inaugural de Brasil 2014. Los locales y Croacia disputaron una imperfecta y entretenida contienda, donde Neymar y Oscar surgieron contra los mecanismos infartados de su equipo.
La selección croata tuvo el control del partido en su primer tramo. Fue sorprendente, pero no del todo inesperado. El equipo que tenía a Modric, Rakitic y Kovacic no salió a trenzar largas cadenas de pases contra el que tenía a Paulinho, Luiz Gustavo y la obligación de ganar. En cambio, se dedicó a bloquear con once hombres cualquier acceso al corazón de su parcela. Entre la falange croata y la pobre salida de balón brasileña, el partido se alejó irremediablemente de Pletikosa y se acercó a Julio César. Ocurrió, concretamente, tres veces en diez minutos: tres pérdidas de balón, tres ataques francos con Olic en plan protagónico. El gol llegó en el tercero. Dani Alves – qué estaría pensando – persiguió hasta el área croata un balón perdido por Oscar. Olic y Rakitic aprovecharon la ausencia del brasileño para atacar su banda y centrar al área, donde Marcelo embocó el remate mordido de Jelavic. Perdía Brasil y no se divisaban caminos factibles entre el inicio de la jugada y Neymar. Marcelo, David Luiz, Thiago Silva, Dani Alves. Esa era la letra U que dibujaba permanentemente la salida brasileña, una sonrisa en la cara de Niko Kovac.
Hasta que Neymar y Oscar decidieron sacudir el partido personalmente. El 10 bajó a buscar el balón, tiró diagonales, atrajo marcas y activó el eje central. Fue un ejercicio pleno de protagonismo. El 11 lo intentó en la derecha, una y otra vez; medio metro le bastaba para lanzar un centro potente y envenenado. También destacó su defensa en campo contrario, reconocida especialidad. Su aguerrida solvencia en el balón dividido excavó segundas oportunidades, comprimió el repliegue croata y produjo un gol. Fue casi a la media hora. El del Chelsea ganó un barullo contra Modric y Perisic en plena transición ofensiva, y habilitó a Neymar, que condujo con libertad hasta la frontal del área, donde soltó un zurdazo modesto pero preciso.
Empató Brasil, que no pudo sacar mucho más de sus discontinuos embates. Encima, en el segundo tiempo, Luka Modric puso a todos en sus puestos y se inventó un partido diferente, lejos de Pletikosa. Brasil aceptó la negociación: balón a cambio de espacio, un escenario en el que teóricamente se desenvuelve mejor. No fue el caso, pero de cualquier forma la ventaja llegó: fue una iniciativa conjunta entre Oscar, Fred y el árbitro, que pitó un penalti inexplicable y predecible a la vez. Neymar lo aprovechó para sellar su doblete. Ya cerca del final, Oscar puso el definitivo 3-1 genialidad mediante.
El pentacampeón mundial aguardará por su duelo ante México con tres puntos en el saco, pero consciente de que coqueteó peligrosamente con el pinchazo. Negocio redondo para Scolari.