De espaldas a la realidad del país, en la acera contraria al sentido común, la FVF optó por mantener la actividad y programar partidos para este fin de semana. Da igual que las principales ciudades de la nación estén en llamas. Que los muertos y heridos enluten hogares venezolanos. Que la seguridad de futbolistas, entrenadores y todos los que participan del torneo se encuentre en serio riesgo. O que algunos deban disputar sus encuentros a puerta cerrada para resguardarse. Desoyendo el clamor de muchos, mira para otro lado con la complicidad flagrante de los clubes, desnudados en su esencia e intereses.
Algunas voces se levantaron, pero la generalidad apunta hacia la dependencia como factor nuclear de la inacción. El Gobierno pretende dibujar una realidad ficticia, minimizando el sentir y la indignación popular. Y el fútbol –también otras disciplinas, es cierto– le sigue el juego. Aparenta una normalidad que no es la que la gente vive en la calle. Los medios, con excepciones, son parte de la misma dinámica aberrante, socios en el mantenimiento de ese status quo en el que la violencia se reduce a “esos cuatro que salen a quemar cauchos”, como lo declarara al diario El Nacional Laureano González, vicepresidente federativo.
Curioso que ese argumento encuentre algunas coincidencias en la manera laxa en que, desde el mismo lugar, se encara el flagelo de las barras bravas y el enorme perjuicio que ocasionan.
Las razones nunca serán denunciadas con claridad. No hay libertad para hacerlo. El terreno cedido durante años de sostenimiento con dineros oficiales es un camino sin retorno. Las dádivas de gobernaciones y alcaldías, que en muchos casos trascienden al simple aporte, derivan en propiedad explícita. Los patrocinios directos o indirectos de entes públicos. La injerencia cada vez mayor de las autoridades afines al poder en los destinos del torneo local y la propia selección. Todos esos factores configuran una realidad en la que el margen de maniobra para obrar con autonomía, se reduce a la mínima expresión.
Es mucho lo que la sociedad venezolana tiene secuestrado, tanto como algunos de los derechos de sus ciudadanos. El deporte en general, y el fútbol en particular, conforma una pieza más de esa especie de burbuja irreal que un sector del país pretende mostrarle a sus connacionales. Un espacio en el que los grandes problemas adquieren carácter episódico gracias a una narrativa interesada que omite o tergiversa la historia.
Luego, existe un claro dilema ético. No puede desarrollarse una actividad que fundamentalmente forma parte de la industria del ocio y el entretenimiento, en una situación de luto nacional. Cada integrante del entorno, en sus distintas funciones, vive la actualidad con preocupación. Hay familias involucradas, angustias que exceden a la profesión y los coloca delante de la dura disyuntiva de elegir entre el cumplimiento de las obligaciones y el requerimiento de los seres queridos.
La Asociación Única de Futbolistas Profesionales de Venezuela tuvo la valentía de fijar posición y emprender un movimiento para que sus agremiados no participen de la fecha de este domingo. Se trata de la primera acción en firme de una agrupación a la que ahora le sobra voluntad. Un espacio de lucidez que, de nuevo, determina quiénes son los que realmente entienden de qué va esto.
El fútbol venezolano no saldrá indemne de la actual coyuntura. Herido en su moralidad, tendrá que revisar cuánto le conviene esa relación de dependencia que reduce su dimensión y posibilidades de crecimiento.