A Pedro Ramírez las vías rápidas le son cercanas. Artista de los caminos, su mirada proyecta rutas donde el resto ve maleza. Intuitivo, hábil y preciso para decidir, elige siempre puntos de conexión expeditos para enviar el pase y dejar al delantero en posición clara de remate. Cuando habilita no piensa solo en el pie del compañero, sino que mide el espacio y pone la pelota en el lugar idóneo para que el control quede orientado hacia el arco. Así ahorra peajes y alcabalas, rozando los límites de velocidad que la jugada demanda.
Pedrito, como lo llama toda Barinas, nació en Barrancas, un pequeño poblado de agricultores a 30 kilómetros de la capital llanera. Cuentan los baquianos que algunas casas debieron ceder terreno al paso de la autopista José Antonio Páez y que el pueblo se redujo ante el avance del progreso. Los Ramírez sentían el rumor de los carros en el amanecer y los faros luminosos coloreaban la pequeña vivienda familiar desde que se ocultaba el sol. Allí, midiendo el tiempo en que el ruido de los motores se extinguía, creció el número diez del Zamora.
Su hermano mayor, Leonardo, lo acercó al fútbol cuando apenas sus rodillas sobrepasaban el alto del balón. En la primera práctica corrió despavorido, intimidado por el entorno. Apegado a su gente, volvió al hogar diciendo que aquello no era lo suyo. Pero regresó a las canchas para no despegarse más. El calor de los afectos le inculcó valores que mantiene hoy cuando no puede caminar por la Ciudad Marquesa sin ser abordado por hinchas que lo idolatran y miman. Sigue siendo un muchacho humilde, aunque en el terreno se llene de sana soberbia.
En unas semanas estará en Suiza y no podrá acudir a Barrancas para refugiarse del nuevo escenario. Pedro es pequeñito, con ese punto de gravedad que ha hecho genios a tantos, pero tiene carácter para competir en la exigencia. Algunas historias personales lo delatan. Dicen que una vez, jugando para el club de su pueblo, hizo los 14 goles de su equipo y que en otra ocasión se vengó de un entrenador que lo despreció por chiquito marcándole 10. Fue goleador en todas las categorías y seleccionado por el estado Barinas desde que ingresó al fútbol organizado.
Su ídolo es Ronaldinho y la vida le regaló el sueño de enfrentarlo en la Copa Libertadores de este año contra Atlético Mineiro. La temporada, que lo tiene a las puertas de su segunda estrella con Zamora, lo consagró como figura y una pieza que influye en el juego con goles y asistencias. Debutó con Chuy Vera un 21 de septiembre de 2010 contra Lara FC en el Farid Richa de Barquisimeto. Fue en un choque de Copa Venezuela en el que entró como suplente y marcó el empate a uno. También puede presumir de haber anotado el primer tanto de su equipo en un torneo continental.
Con Noel Sanvicente alcanzó madurez y galones. Potenciado y lleno de confianza, logró los primeros llamados a la selección y el reconocimiento general. Pedrito es rápido de piernas y de pensamiento: procesa la jugada antes de recibir, encara y rompe líneas con una gambeta, o aparece en el área para definir con el pie en el freno, haciendo que los defensores pasen de largo. También es capaz de proezas maradonianas como la que montó en La Carolina contra Carabobo en este torneo Clausura. Todavía se sienten los aplausos.
Sigue en fase de crecimiento y va asimilando conceptos que le permiten entender el juego por encima de su instinto. A veces conduce en exceso o desaprovecha la acumulación de rivales que acuden a marcarlo en grupo, abandonando espacios que pueden ser rentabilizados. Sanvicente lo corrige, le marca la bitácora que pule su talento natural y le muestra el camino para que siga asfaltando trochas. Él asimila y ejecuta, sin aspavientos, desde la misma concepción de esfuerzo y sacrificio que aprendió de papá Pedro y mamá Carmen.
Zamora está rozando su segunda estrella. Las puertas de la gloria se pueden tocar cuando se cuenta con el dueño de todas las llaves.