El rocambolesco movimiento que llevó a Mineros a prescindir de Richard Páez sigue generando consecuencias. Al técnico lo echaron, entre gallos y medianoche, por el mal arranque del equipo en el torneo Apertura. De mala manera, en plena concentración y a horas del enfrentamiento ante Estudiantes de Mérida en Cachamay. La medida asombró a los jugadores que, sin embargo, respondieron en la cancha. Fue la última victoria guayanesa antes de que asumiera Marcos Mathias.
La herencia recibida fue cuantiosa. En malos resultados pero, sobre todo, en presupuesto. Nadie dispone de más fondos que el cuadro de Puerto Ordaz, cuya inversión duplica el costo en nómina de quien le sigue en la escala económica. La ansiedad por la segunda estrella se expresa en gastos mil millonarios con los que se habría podido construir la sede social o los campos de entrenamiento que el club no posee. Como tantos otros en el fútbol venezolano.
No hay una gestión que sostenga el dispendio. Ante el peso de las obligaciones, Páez encarnó en su ciclo algo más que la conducción del conjunto: su figura aglutinaba al entorno, calmaba las aguas y le daba a la institución el respaldo moral necesario para soportar las tensiones. Todo eso se arrancó de cuajo con el despido.
A Mineros le asiste el derecho de hacer tantas modificaciones estructurales como crea conveniente. La autonomía para determinar su destino no puede discutirse. Pero sus últimas decisiones y la nueva línea de conducción que parece haber elegido, lo colocan en una zona peligrosa de la que será difícil zafarse.
El bastardeo posterior enturbió aún más el panorama de un cuadro que cuenta todos sus partidos por derrotas desde que se hizo cargo Mathias. En las antípodas estilísticas de su predecesor y con un plantel que no eligió, la responsabilidad lo tomó a contramano. Pero sus declaraciones constantes, refiriéndose al mal estado físico de sus dirigidos como explicación al actual momento deportivo, contravienen códigos y principios éticos. Además del uso conveniente de un ardid que, sin conocimientos ni debates que discutan esa más que sospechosa teoría, puede ser fácilmente comprable por medios y afición.
Carente de autocrítica, Mathias apunta impunemente a los que se fueron, cuestiona la idoneidad profesional de sus colegas y deja muy mal parados a los futbolistas. La directiva, por omisión o complicidad, también es responsable. Con ese horizonte por delante, hará falta más que sesiones extras para cambiar las dinámicas.