16/12/2013
A Richard Páez el libro de estilo lo acompaña siempre. Fiel a su ideario, obcecado en sus convicciones, volvió al fútbol venezolano a renovar votos con Mineros de Guayana. El título del Apertura 2013 reivindicó los conceptos a los que ha sido devoto desde que decidió ser entrenador. Con matices, porque los años lo llevaron a incorporar aspectos que enriquecieron su propuesta. Ganó con un grupo de futbolistas que encajó en ese modo de entender el juego y exprimió las jerarquías de algunos ilustres que ya se veían tentados a apoltronarse.
Mineros se armó para dar la vuelta olímpica. Desde hace unas cuantas temporadas la inversión en fichajes generaba exigencias, apenas correspondidas con la conquista de una Copa Venezuela. Escaso botín para tamaño presupuesto. De allí que sumar a Páez tras su experiencia con Millonarios de Bogotá fuese la medida final para celebrar en Puerto Ordaz tras décadas de sequía en el torneo local. Los resultados maduraron con los meses y el equipo apareció en todo su esplendor en las fechas finales de 2013.
Tres nombres propios le dan sustento al éxito: Edgar Jiménez, Ángel Chourio y Zamir Valoyes. La individualización en estos casos tiene sentido y fundamento. El rendimiento colectivo fue notable, pero las cotas más altas de efectividad en las prestaciones recayeron sobre el trío.
Jiménez llegó para definir el estilo. Nadie mejor que el ex Caracas para darle forma y fondo a lo que el técnico buscaba. La zona del mediocentro debía determinar el modo en que se iniciarían las jugadas, los tiempos de circulación y recorrido, la franja dónde posicionarse para ejercer la presión. Fue un acierto absoluto, tanto como la decisión de colocar a su lado un complemento de características también ofensivas. Nada de equilibrios forzados.
Con Edder Hernández, primero, y Rafa Acosta después, Mineros sostuvo una primera línea de volantes con vocación para sacar siempre la pelota bien jugada. La medida obligó a mantener el bloque corto y arriba para recuperar el balón desde la posición y no a partir de recorridos amplios.
Chourio fue recuperado en su mejor versión, aquella que lo llevó a la Vinotinto en 2010. Jugando en banda, con movimientos constantes hacia el centro y mucha dinámica, su contribución fue superlativa. Apareció poco en las estadísticas, pero sus compañeros pueden dar testimonio de lo que entregó en asistencias y espacios generados para que los de enfrente celebrasen glorias. Tuvo tardes soberbias, como la de la consagración contra Lara o aquella bisagra contra Caracas en Cachamay cuando acabó como la figura de la cancha.
Valoyes cargó con el reconocimiento al mejor extranjero del Apertura. Cuando los tantos de Richard Blanco se extrañaron (el Avioncito marcó por primera vez en la fecha 12), el colombiano apareció para definir encuentros complicados. No hubo partido importante en el que no se hiciera notar. Eficaz en las distancias cortas y largas, dejó registros contundentes que probablemente le lleven al mercado asiático.
Desde el funcionamiento, Mineros fue un equipo que maduró conforme avanzó el torneo. Sus picos más altos los alcanzó en las jornadas finales cuando la presión arreciaba y eran varios los candidatos. Organizado alrededor del balón, se definió a partir de sus mediocampistas. Procuró ubicarse en terreno rival, robar la iniciativa de entrada y quedar bien posicionado para recuperar cerca del arco enemigo e iniciar de nuevo el camino de la elaboración. Entendió cómo ser horizontal para luego profundizar a pedido de la acción, una virtud que potenció al máximo gracias a la movilidad de sus atacantes.
Armó una estructura con volantes externos, cuyos movimientos desde los costados hacia el centro abrían pasillos para laterales y atacantes. Los titulares fueron Chourio y Alejandro Guerra, pero la participación de Ricardo David Páez no fue testimonial: nadie dio más pases de gol que el hijo del entrenador durante el semestre.
Pero no tuvo un solo registro. Ante conjuntos que se plantaron cerca de su área, con muchos elementos detrás de la línea de la pelota, probó con envíos largos que saltasen las franjas de presión y apuntilló las diagonales de Blanco, Valoyes u Orlando Cordero, todos maestros en el arte de moverse con acierto en el límite del fuera de juego. Muchos de los goles del campeón llegaron por esa vía, un camino expedito que encontró como alternativa ante zagas cerradas o en choques en los que la ventaja les permitía dejar venir al enemigo para ganar espacios a espaldas de sus defensores.
La sensación es que el margen de crecimiento todavía es amplio y que pudieran sumarse elementos que le den mayor empaque a la propuesta colectiva. Algunos detalles respecto a cierta descompensación en las transiciones ataque-defensa quedaron como materia pendiente para el Clausura.
Páez, a quien los cantos de sirena para regresar a la selección seducen más que cualquier cosa, tendrá un semestre más para consolidar su proyecto. La Vinotinto le toca la fibra de solo mencionarla y tal parece que, si el ofrecimiento se formaliza, habrá parte dos en su romance con el país. Antes, puede que deje a Guayana en volandas de su segunda estrella.
Algunos datos del campeón:
38 puntos (74,5% de efectividad)
28 goles a favor (1,65 de media)
15 goles en contra (0,88 de media)
Registros individuales:
Zamir Valoyes (11 goles y 1 asistencia)
Richard Blanco (6 goles y 2 asistencias)
Ángel Chourio (1 gol y 4 asistencias)
Alejandro Guerra (4 goles y 1 asistencia)
Ricardo David Páez (5 asistencias)