El fútbol venezolano vive su crisis más profunda. Desacreditado, lanzado al ruedo del conflicto político por su relación de dependencia con los poderes gubernamentales, hipotecó buena parte de su credibilidad este fin de semana. Lo sucedido quedó como uno de sus episodios más tristes: desoyendo el clamor de los jugadores y de una masa importante de la comunidad futbolera, retó al sentido común obligando a que la jornada siete del torneo Clausura se disputara.
No importó que los profesionales declararan su desacuerdo y se unieran para fijar postura. Tampoco que desde los medios de comunicación se hicieran llamados constantes a la sensatez, atendiendo al profundo trance social que atraviesa el país por estos días. Las concesiones hechas en más de un lustro de colonización oficial impidieron fijar una posición independiente que protegiera al producto y garantizara la seguridad de sus protagonistas.
Como una peste, la inmoralidad se expandió entre sus socios. En la asamblea efectuada en Margarita el pasado jueves, varios alzaron la mano para dar su visto bueno a la continuidad del campeonato. Que las manifestaciones en distintas regiones mantuvieran en vilo a la población o que en varias de las ciudades en las que se programaron partidos se estuviesen velando muertes, no fueron motivos suficientes para detenerse. Insensible ante el dolor, la orden fue continuar el show. Un acto de complicidad que juzgará la historia.
Muchas fueron las pérdidas que habrá que contabilizar tras estas dos semanas oscuras. Las económicas esta vez no serán las más importantes. Sí, los equipos cedieron cifras ingentes y está por verse hasta dónde ascenderá el monto total de las mermas indirectas, pero la mayor ruina es otra: las relaciones entre quienes deberían ser socios de una misma causa quedaron en entredicho.
Las esperanzas de fundar una liga independiente suenan ahora risibles. Quién puede pensar que los mismos que dieron la espalda ante la coyuntura, mangoneando puntos a costa de la desgracia ajena, van a sentarse en una mesa para acordar beneficios comunes. Cómo se restablece la confianza entre iguales, incluyendo jugadores, entrenadores y hasta comunicadores, porque tampoco nuestro gremio quedó al margen de la división.
Raúl Cavalleri dejó su cargo como técnico del Aragua en un despido disfrazado de eufemismos. Leonardo Bautista fue apartado del Atlético Venezuela por motivos que, aunque no se admitirán públicamente, se vinculan con sus posturas ideológicas. Y Leo Jiménez, un histórico de la selección, fue parte de un intercambio rocambolesco con el alcalde de Puerto Cabello y principal financista del Carabobo F.C., quien acabó dimitiendo a su condición de mecenas por lo que cínicamente definió como injerencia política. El jugador en cuestión solo se adhirió a la postura de su asociación y por ese hecho acabó injustamente vilipendiado.
No serán las únicas consecuencias. Varias instituciones comenzaron la semana con entrenamientos suspendidos. La guadaña de la venganza llegará camuflada de medidas que afectarán a entrenadores, futbolistas y algún dirigente solidario. Un panorama oscuro del que habrá que hacerse responsable y que acabará afectando también a la Vinotinto, cuya convocatoria para medirse a Honduras el 5 de marzo está conformada por mayoría de elementos del medio local.
Tras la nefasta última fecha del Clausura, el torneo quedó viciado. La competencia se alteró. Ya no hay modo de restablecer la equidad en el resultado final. Los beneficiados quedarán señalados, no importa cuál sea el ardid que utilicen para justificarse. Y los presuntos perjudicados no serán resarcidos.
En la rebatiña del último fin de semana, la criba separó a los justos de los esquiroles. Que cada quien cargue con la losa que le corresponde.