Fue un golpe más en una semana pantagruélica. El absurdo elevado al grado supremo de indolencia. La consecuencia, por encima de todo, de un ejercicio de cuasi prostitución que condujo al fútbol nacional hacia su crisis más severa. Al país se le deshacían las costuras entre llamas, muertes y discursos inflamables. La polarización, llevada al extremo más recalcitrante, inundaba las redes sociales de denuncias al tiempo que la historia oficial reproducía una versión criolla de Disneylandia en la que nada pasaba. Sobre esa ilusión, federación y clubes decidieron desoír sus propias voces y avanzar en dirección a la ruina.
Cada episodio vivido en los últimos días resultó risible. Idas y vueltas, despropósitos, acciones anti éticas. El producto, horadado y maltrecho, recibió un impacto letal. No hizo falta que agentes externos intervinieran. Lo ocurrido fue una implosión, una especie de fagocitosis que consumió cada débil cimiento hasta la destrucción. Dentelladas a ciegas. Irracionalidad superlativa.
Los jugadores acabaron siendo los más afectados. Primero, tomaron una posición digna al mantenerse firmes en la postura de no participar de la infausta séptima jornada. Más tarde, casi al tiempo que el Anzoátegui era goleado por Arsenal en la Copa Libertadores, se pronunciaron a favor de continuar con la actividad. Las presiones surtieron su efecto y el clamor de los agremiados no tardó en escucharse.
En la misma onda tuitera que en este presente de mordazas permite llegar a la información vedada, los futbolistas manifestaron su descontento ante lo que consideraron una deslealtad. Varios fueron notificados por teléfono de las pérdidas de sus empleos y dos entrenadores terminaron apartados de sus cargos como premio ingrato por su solidaridad. Algún jugador fue separado de un plantel profesional por sus filiaciones políticas, aunque en el listado de motivos haya recibido eufemismos floridos.
Desde que se aprobó la expansión en 2007, la dinámica del fútbol local le dio cabida a las inversiones oficiales. Las dádivas de gobernaciones y alcaldías sustentaron los devaneos de muchos jerarcas que nada dejaron. La entrada de fondos públicos, en forma de aportes directos o de patrocinios, acabó siendo la principal fuente de ingresos de los conjuntos de primera división. El mercado acabó alterado ante la fuerza de los capitales no privados, fomentando una competencia desleal. El precio fue muy alto y son muchos los intereses abonados a esa deuda cuya carga quedará en el debe de los responsables.
La Asociación Única de Futbolistas Profesionales, fortalecida en sus primeras acciones, quedó estrangulada delante del poder. Sin fuerzas para seguir exigiendo reivindicaciones, debió aceptar errores y cargar con las acusaciones de colegas descontentos y arrepentidos. En el momento de sentar precedente, protegiendo a quienes fueron fieles en las proclamas, aceptaron condiciones sin haber contado con el colectivo que por primera vez asumía una acción gremial.
La coyuntura es de grandes dimensiones. Los daños, incalculables. El domingo volverá a rodar el balón con profesionales en la cancha, pero ya no se disputará un torneo legitimado. Lo ocurrido manchó la credibilidad del campeonato y dejó heridas profundas en los equipos. No hay forma de encontrar a un ganador en esta disputa dañina y perniciosa. Sí grandes perdedores, con el conglomerado de jugadores al frente del pelotón.