El término amenaza con derivar en seña de identidad. A Juan Carlos Osorio la expresión le fluye naturalmente: estructura. La usa para definir el sistema de su equipo y el de los rivales. Sin mentarla, se sirve de ella también para darle orden a su pensamiento. La estructura propia es un entramado de interrelaciones capaces de fluir y adaptarse a lo que el juego demande. La del contrario, un disparador para la toma de decisiones y la elección de los ejecutantes.
Su estreno con la selección mexicana arrojó unas cuantas lecturas. Ni el rival, ni lo embrionario de su proceso, permiten análisis profundos. Pero sí una aproximación al ideario del entrenador por encima de su discurso.
Ante El Salvador dio algunos pasos al frente sobre aspectos pre anunciados y le dio forma a un planteamiento que partió de una serie de premisas: armar un entramado táctico que ensanchara la cancha, ubicar a su equipo en el último tercio del terreno sin tener que elaborar para saltar las alcabalas, desordenar a un oponente que se defendería con nueve hombres por detrás de la línea del balón y seleccionar para tal propósito a los intérpretes idóneos.
Resultó un acierto. El Tri fue capaz de generar espacios en zonas muy pobladas. Apostó por los cambios profundos de orientación con Hugo Ayala y Héctor Moreno como puntos de partida al inicio y Andrés Guardado como colaborador en la encomienda después. El Salvador se movía de un lado al otro y las brechas aparecían entre centrales y laterales. México acumuló situaciones de gol aunque no siempre las finalizara con contundencia. Hubo errores de precipitación en los últimos pases y en alguna definición, pero impuso condiciones y colocó a su oponente en el lugar que se cifró como objetivo.
Saltar las líneas rivales con pelotazos de 30 o 40 metros le permitió poner el balón a la altura de los defensores salvadoreños y a partir de allí desnivelar con la probada capacidad de sus piezas de ataque. A la línea de cuatro que armó Ramón Maradiaga, Osorio opuso otra de cuatro delanteros para proponer duelos de uno contra uno: Jesús Corona y Carlos Vela contra los laterales; Oribe Peralta y Chicharito Hernández ante los centrales.
Las correctas recepciones de los hombres del frente ante cada cambio de orientación, permitió que se cumpliera con la misión inicial. Y, si los controles no eran los adecuados ante los pases largos diagonales o frontales, acudía de inmediato la segunda línea de mediocampistas y laterales para pelear –y casi siempre ganar– los rebotes.
Con tanta gente posicionada en territorio enemigo, el ahogo impedía que El Salvador tuviese la más mínima opción de armar un contragolpe con algún fundamento. Eso y la propia inoperancia de un conjunto que se presentó en el Azteca con un déficit notorio de talento.
Se mueven las piezas, cambia la estructura
Cuando, en el segundo tiempo, el partido comenzó a demandar soluciones porque ya no aparecía el desequilibrio y el rival se acomodaba al borde de su área para economizar esfuerzos, Osorio alteró la estructura para darle empaque al juego interior. Medida providencial. Ya no más balones en largo, ni duelos mano a mano por los costados. Le dio entrada al “Gallo” Vázquez, adelantó la posición de Guardado y Héctor Herrera, y activó con la medida el flujo con la pelota y las sociedades por dentro que acabaron por desarbolar definitivamente al cuadro visitante.
Vela, que sufrió jugando pegado a la raya, creció cuando pudo moverse por dentro y su prestación en el complemento superó con diferencia el balance que dejó en la etapa de inicio.
México mutó el fútbol directo por la elaboración. Puso el balón en el piso, lo movió con criterio y desplegó todo un catálogo de virtudes que dejaron en claro algo que no era un secreto: la generación que dirige Osorio es de una calidad indiscutible, con elementos en un alto nivel de competitividad y conocimiento del juego, asentados muchos de ellos en ligas europeas de nivel y en un momento idóneo de madurez. Esta selección cuenta con un gran acervo táctico, lo que le da al técnico diferentes alternativas para cambiar sistemas de encuentro a encuentro, o incluso dentro de un mismo compromiso como lo demostró en su estreno eliminatorio.
Las entradas posteriores de Raúl Jiménez y Raúl López no fueron testimoniales. El primero entró afilado, marcando diagonales y desmarques, recibiendo de espaldas para pivotear o esperar la llegada de la segunda línea; y el segundo demostró que se trata de un lateral derecho con enorme proyección, atlético, de gran zancada y un golpeo único.
Osorio tuvo capacidad para intervenir sobre el funcionamiento de su equipo tomando decisiones que modificaron las dinámicas a favor de sus dirigidos. Otra pequeña victoria que debe apuntársele.
Que nadie dude que la historia contra Honduras en San Pedro Sula será diferente. Habrá opción para medir de una forma más fiel el funcionamiento defensivo y el carácter competitivo del grupo al que comanda el colombiano. Pero será también una nueva oportunidad para seguir identificando sus métodos y aproximarse más a su manual estilístico.
La estructura, el latiguillo de Osorio al que nos tendremos que habituar en este ciclo que da sus primeros pasos, se pondrá a prueba en otro contexto. Quedarán meses hasta la próxima fecha FIFA para debatirlo.